Lo hará a su vuelta de un extenso viaje de once días a tres países de Asia (Indonesia, Timor Oriental y Singapur) y uno de Oceanía (Papua Nueva Guinea). Es que quiere saber si, a los 87 años y con los achaques que padece, su cuerpo soporta razonablemente bien un periplo exigente como el venir a la Argentina -y Uruguay, país que también abarcará- para decidirse.
Dado que el pontífice dijo en enero que, de venir, quiere hacerlo «en el segundo semestre», o sea, antes de que finalice el año, el calendario de actividades no le deja muchas posibilidades en cuanto a la fecha. Deberá ser entre noviembre y principios de diciembre porque -además de que sería muy próximo al anuncio de su visita- durante todo octubre debe presidir la segunda parte de un sínodo mundial de obispos con la participación de sacerdotes, religiosas y laicos que -por otra parte- será clave para la confirmación de sus reformas.
El hecho de que Francisco haga depender la decisión de visitar su patria solo de su condición física significa que quedó de lado una situación que demoraba su venida: la fuerte polarización política en la Argentina. A su juicio y el de la secretaría de Estado del Vaticano -que evalúa la factibilidad de los viajes papales-, la grieta era un escollo porque todo lo que dijese e hiciese en su tierra sería motivo de polémica dado que se le achacó afinidad con el kirchnerismo.
Mientras tanto, comienzan a imaginarse eventuales actividades que podría tener Francisco en su país. Como Juan Pablo II mantuvo un encuentro con empresarios en el Luna Park durante su visita en 1987, miembros de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE) -cuyo fundador, Enrique Shaw, está cada vez más cerca de ser declarado beato- están pensando en propiciar un encuentro similar.